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Límites, todo un tema

¿Cómo poner límites a nuestros hijos?

Vivimos en una época donde se pone en jaque la autoridad de los padres. La licenciada Patricia Gubbay de Hanono, Directora de Hémera nos explica los beneficios de poner límites y cómo hacerlo.

 

Por Lic. Patricia Gubbay de Hanono
Directora de Hémera

Los límites se ponen con amor. Esto significa que no hace falta ejercer la violencia.
Los límites se ponen con amor. Esto significa que no hace falta ejercer la violencia.

Cuando somos adultos ya sabemos cuáles son las reglas que rigen en la sociedad en la que habitamos. Sabemos entonces que cuando no cumplimos con ellas hay alguien que nos las recuerdan. Aprendimos a convivir con otros gracias a la educación recibida en el núcleo familiar o en la escuela. En otros lugares también, como clubes por ejemplo, donde existe la práctica del deporte, el niño se encuentra con otros en una relación lúdica en la que debe atender a ciertas reglamentaciones. Podríamos decir que esas reglas son barreras necesarias para la convivencia en sociedad. A estas barreras las llamamos límites.

¿A que llamamos límites? ¿Para qué sirven?

Los límites son parte de nuestra vida, son las reglas que regulan el comportamiento. Contienen y permiten vivir mejor porque nos protegen y nos guían para actuar de una manera social y culturalmente aceptada.

Antes nos referimos a los que impartían educación. Podemos volver a citar que los padres, la escuela, y ciertos modelos de identificación como maestros, profesores, guías espirituales, y otros son los que marcan qué tipo de valores son importantes a la hora de tomar ciertas decisiones.

Elegimos dentro de determinados límites. Esto quiere decir que no somos totalmente libres; elegimos dentro de un rango de posibilidades que se nos presentan. Aunque también existe la imaginación y el talento que pueden extender las posibilidades hacia más allá del destino prefijado. El tema de los límites se halla en el campo de un aprendizaje que la humanidad ha venido haciendo desde tiempos remotos. Un ejemplo de esto son los diez mandamientos que contienen las principales normas para convivir en sociedad.

Somos seres sociales, necesitamos del otro, por eso mismo debemos aprender a relacionarnos sabiendo que en todos lados existen reglas. Esa es la parte que le toca a la educación.

Durante la niñez, el poder y la responsabilidad están concentrados en los padres. Son los que nos trasmiten la ley para que en el futuro podamos ser adultos responsables de nosotros mismos y ser parte de la sociedad en la que vivimos. Desde pequeño el niño aprende a ajustarse a horarios de comidas y de sueño. Más tarde aprende a caminar y a trasladarse, su interés esta en explorar el mundo inocente de los peligros que pueden aparecer. Son los padres los que le hacen saber que no debe tocar los enchufes, por ejemplo, ni otros objetos o que pueden resultar peligrosos.

Los padres y cuidadores enseñan reglas como la manera de comportarse con los demás, reglas que naturalmente varían según la cultura de que se trate. No todas las culturas tienen las mismas reglas, y estas además pueden variar en distintos momentos de la historia. Por ejemplo, en la década de los cincuenta el Dr. Benjamin Spock editó un libro que se transformo en material de consulta de padres en etapa de crianza. Lo novedoso era que terminaba con todos los límites que imponía la educación tradicional. Sus ideas eran sinónimos de permisividad. Los padres debían ser sólo contempladores del desarrollo psicoevolutivo de sus hijos. Creía que el ser humano traía dentro suyo toda la educación, y que sólo era cuestión de tiempo para que esta saliese a la luz de manera correcta. Años después rectificó su posición, pidió disculpas por haber creado un método educativo equivocado.

Todos sabemos que si a un niño no se lo limita, no se lo ayuda a salir del narcisismo. Salir del narcisismo significa aprender a vincularse sabiendo que hay otro; condición importantísima para ingresar en el mundo de las diferencias, y así poder madurar y crecer. Los límites lo ayudan a aceptar que existe una ley que pone fin a la fantasía de omnipotencia. Si todo lo que el niño desea se le es dado, no va a existir la frustración que permite abandonar el lugar infantil. Ese espacio en el que él cree que todos sus deseos pueden ser cumplidos en el acto sin importar lo que ocurra alrededor.


¿Cómo se ponen los límites?

Los límites se ponen con amor. Esto significa que no hace falta ejercer la violencia, ni que se debe hacer con agresividad. Alice Miller, una psicoanalista nacida en Polonia, escribió varios libros, entre ellos Por tu propio bien(1980). En este libro la autora denuncia los abusos del tipo de educación que se propone romper la voluntad del niño para convertirlo en un ser dócil y obediente, y demuestra cómo el niño que ha sido golpeado golpeará, el que ha sido humillado humillará, y también se hará daño a si mismo.

Culpabiliza a aquellos padres que ejercen su función de educadores abusando emocionalmente de sus hijos. En lugar de usar su poder para trasmitirles a sus hijos lo que esta bien y lo que esta mal, cambian la forma natural de trasmitir las reglas por una manera violenta que podría traducirse en lo siguiente: “La ley soy yo, se hace así porque yo lo digo, y si no obedeces vas a ser duramente castigado y tu mamá o papá te dejaran de querer”.

Los límites son parte de nuestra vida, son las reglas que regulan el comportamiento.
Los límites son parte de nuestra vida, son las reglas que regulan el comportamiento.

Los niños pequeños dependen y necesitan del amor de los padres para vivir. Es por eso que este tipo de amenazas los hacen sufrir y desesperarse. Esta forma de educar sólo generará, como dije antes, violencia, enojo y resentimiento, emociones no muy adecuadas para ayudarlo a desarrollarse plenamente, y lograr la madurez psicológica.

Los límites también hacen daño cuando no se cuida ni la forma, ni el tiempo, ni el lugar adecuado para su propuesta y aceptación. Cuando a un niño se lo reprende de “malos modos,” con palabras hirientes o con un lenguaje autoritario y humillante, no se está logrando lo esencial. También se debe cuidar de hacerlo en el lugar y en el tiempo adecuado. No es lo mismo hablar con el niño en un clima de tensión y ofuscación que en un momento de serenidad donde podemos trasmitir nuestros deseos de una forma más adecuada.

El lugar es importante. Reprender a un niño en público, delante de personas ajenas generan en este vergüenza y humillación, emociones que tampoco ayudan en el crecimiento y la maduración. Por lo tanto, se debe buscar el lugar y el tiempo apropiado para poner los límites para que estos cumplan la función de ordenadores racionales que tratan de preservar los valores necesarios para la convivencia humana.

En el libro El miedo a los hijos (1992), Jaime Barylco dice que los padres de hoy en día son culpables del miedo de educar, de expresarse libremente, de invadir, y de cercenar los derechos del hijo. Dice que muchos padres, no son verdaderos padres, y que cuando lo son, lo hacen a la defensiva. “Están maniatados por el-no saber-que –hacer”. El miedo los paraliza, y esto no le hace bien a nadie… tampoco a los hijos.

Para los padres poner límites es ejercer su responsabilidad, su compromiso como educadores de sus hijos. Eludir esta responsabilidad es no cuidarlos y no ayudarlos a crecer y desarrollarse como personas.

Sintetizando, los límites son las coordenadas de los valores, de las creencias, de los modales, de las reglas de la coexistencia. Todos estos aspectos conforman la identidad de la persona. En la práctica clínica nosotros vemos a menudo padres que tienen miedo de ejercer la autoridad. Nuestro trabajo es hacerlos concientes de su lugar de padres, o sea que están en un espacio en el que deben impartir reglas y poner límites. Ese es su deber y también su derecho. Con límites también podemos ser libres.

 

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