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Hosp. CISB :Centro Integral de Salud Banda

Un Tema : hipoacúsicos (sordos)

Un Tema : hipoacúsicos (sordos)
Desarrollo de la comunicación
Antes de la aparición del lenguaje hablado formal, existe una amplia red de comunicación para el niño sea sordo u oyente basada en gestos no verbales y miradas significativas. Los niños comienzan a comunicarse señalando cosas cercanas y utilizando el contacto ocupar, si bien, en el caso de los oyentes esas formas comunicativas basadas en la gesticulación tienden a disminuir con la aparición del lenguaje oral, mientras que en los niños con sordera observaremos que lo que van aprendiendo son nuevos gestos de carácter icónico, similares a algunas de las características físicas de lo que quieren expresar e incluso combinaciones entre ellos. En estas primeras etapas, a partir del cuarto mes fundamentalmente, el adulto tiene un papel fundamental para sintonizar con el niño, para favorecer intercambios comunicativos adecuados con una estructura y un ritmo alternante que, en el caso de niños con déficits auditivos cuyos padres son oyentes, es probable que se desarrollen con dificultades y con menor espontaneidad. En las primeras etapas prelingüísticas y en el inicio de la etapa lingüística en alusión a los fines de la comunicación (pragmática) se constata un mayor uso de la función reguladora de la comunicación dirigida a controlar la conducta del interlocutor y de la función declarativa a través de la que se expresa información al interlocutor., pero se observa una ausencia de la interrogativa dirigida a la obtención de información, quizá por el mayor grado de estructuración mostrado en los intercambios comunicativos que se mantienen con niños sin una capacidad auditiva plena.
 
La mayoría de los niños profundamente sordos se enfrenta a considerables dificultades en la adquisición del lenguaje hablado. Al igual que los oyentes producen vocalizaciones durante los primeros meses, similares en cuanto a cantidad aunque no tanto en su calidad. En cualquier caso, con más o menos limitaciones, gracias al efecto retroactivo de a articulación, la información visual recogida de la articulación de otras personas o la propia audición residual la persona sorda puede llegar a ser capaz de desarrollar el sistema fonológico del lenguaje oral.
 
Por otro lado, la adquisición de palabras es algo bastante laborioso para estos niños observándose notables dificultades. Por ejemplo mientras que a la edad de 4-5 años por término medio un niño con sordera maneja unas 200 palabras, el niño oyente a esa edad posee alrededor de unas 2.000. Normalmente, en el proceso de adquisición del vocabulario cuando se llegan a tener 50 palabras, éstas comienzan a combinarse formando frases cortas de dos términos, si bien esto se produce a los 18 meses en el caso de los oyentes y a los 30 meses en el de los sordos. A este momento le sigue un rápido aumento en el vocabulario para el oyente que no se produce de igual manera para el niño sordo en el que las ganancias siempre serán mucho más lentas.
 
En cuanto a la naturaleza de las palabras, los niños con discapacidad auditiva tienden a utilizar fundamentalmente nombre y verbos (palabras contenido), mostrándose deficitarios en el uso de preposiciones, adverbios, conjunciones y pronombre (palabras función).
 
Con respecto a la morfosintaxis la ejecución de las personas sordas demuestra ser inferior. Cuando no se ha llevado una intervención especializada no resulta extraño encontrar adolescentes sordos e incluso adultos que en sus producciones, generalmente escritas, muestran una clara incompetencia organizativa del discurso. Hay una tendencia constante a repetir la estructura sujeto-verbo-objeto con una ausencia recurrente de subordinación. Ello es debido bien a la carencia de un sistema de comunicación reglado, bien de traducir el lenguaje de signos al código oral, cuando son sistemas de organización con estructuras diferenciadas.
 
El aprendizaje de la lengua de signos a edades tempranas parece ser estructuralmente bastante similar al aprendizaje del lenguaje oral, incluso las interacciones que los adultos signantes realizan con sus hijos sordos se adaptan de igual manera que las diadas oyentes-niños oyentes: simplificando la estructura de los signos, el rango de los mismos o el vocabulario empleado o haciendo referencia a elementos relacionados con el contexto inmediato. Por su parte, el niño con sordera al signar comete errores paralelos al niño oyente cuando comienza a expresarse oralmente: fenómenos como la sustitución de unos fonemas por otro o la simplificación de la estructura silábica son frecuentes, realizando posicionamientos incorrectos de dedos, de las manos en el espacio, sustituciones de un signo por otro, sobreextensiones en las que se aplica el mismo signo a distintos referentes… Todos estos hechos acontecen en niños sordos criados en ambientes con conocimiento y uso del lenguaje de signos; en los casos de niños con sordera en entornos oyentes se observa la producción espontánea de gestos, a pesar de que no son expuestos a la lengua de signos convencional, si bien lo que se desarrolla es un conjunto de gestos deícticos en alusión a algún referente generalmente presente y no una capacidad de combinación de gestos propia de una organización sintáctica estructurada como corresponde a un lenguaje.
 
Finamente, cabe destacar una serie de estrategias generales para el desarrollo de la comunicación y el lenguaje:
  • Utilizar todas las posibilidades sensoriales del niño: entrenamiento en audición, estimulación de las sensaciones vibrotáctiles para discriminar el origen de la sensación, la presencia y ausencia de ritmos, la organización temporal, el aprovechamiento de los restos auditivos mediante el uso de prótesis y otros sistemas de amplificación., etc.
  • Acudir a los juegos adecuados para la edad del niño y su evolución simbólica, que permitan compartir la atención, alternar papeles, usar diferentes funciones comunicativas, ampliar vocabulario, facilitar la interacción entre iguales, expresar secuencias de acciones, mandar y recibir mensajes…
  • Posibilitar la accesibilidad al mayor número de señales posibles en la comunicación y estimular la percepción del contexto, huyendo tanto de la descontextualización como de la simplificación y reducción informativa que empobrezca la interacción.
  • Se debe conceder, sobre todo en las etapas iniciales, un mayor peso a la función pragmática del lenguaje, a su uso como medio de comunicación y no a sus aspectos fonológico y morfosintáctico.
  • Potenciar y favorecer la expresión espontánea y la toma de iniciativas comunicativas del niño, huyendo del control de la conversación y de cerrarla en alternativas. Todo diálogo ha de partir de los intereses y preocupaciones del niño.
  • No hay que olvidar que los problemas lingüísticos y comunicativos del niño sordo demandan una atención individualizada que no puede obviarse, a pesar de la importancia de situaciones grupales y juegos compartidos.
Desarrollo social
La comunicación constituye el soporte de la interacción social. Las limitaciones que podemos encontrar en el ámbito de las relaciones con el entorno vendrán determinadas por las habilidades comunicativas de la persona con déficit auditivo y por la capacidad que el entorno (familia, escuela, grupo de iguales) tenga de adaptarse y dar respuesta a las necesidades de comunicación de aquél.
 
De entre todos los factores influyentes para un buen ajuste del niño sordo a su déficit, el más determinante es el hecho de tener a su vez algún padre sordo. Las razones que cimentan esta afirmación son varias:
  • En muchos casos el problema ya es anticipado por cuestiones de herencia y, por tanto, las expectativas sobre sus hijos no están tan desajustadas.
  • Se posee una actitud más positiva hacia la sordera, observándose una tendencia menor a negar u ocultar el déficit, a la sobreprotección del niño y al entorpecimiento de sus conductas de exploración e inhibición de la curiosidad natural.
 En definitiva, son padres que muestran mayor competencia para fomentar un desarrollo cognitivo óptimo, promover la autonomía personal y, en definitiva, la madurez social de sus hijos.
 
Por otro lado, también es de vital importancia el hecho de contar, aun sin tener algunos un lenguaje de signos completamente desarrollado, con una mayor habilidad en las fuentes no verbales al tener más experiencia para aprovechar un entorno eminentemente visual.
 
Cabe resaltar que las familias en las que coinciden algún padre y un hijo ambos con déficit auditivo constituyen aproximadamente el 10% de los casos. En el 90% restante formado por padres oyentes con un hijo sordo, los padres deben saber interpretar la falta de acercamiento del niño a situaciones de atención o de contacto en base al sonido, explotando en la medida de lo posible la vía táctil y visual. Los padres notarán que la sintonía comunicativa que se establece desde el principio con el bebé sordo al alternar los juegos vocales reforzados por la imitación de sus cuidadores no se puede establecer de igual modo que si se tratara de un niño normooyente, alterándose en ese sentido el ritmo y el control de los intercambios comunicativos.
 
Por otra parte, en las interacciones con los adultos puede ser un factor distorsionador la incapacidad de captar aspectos paraverbales como la entonación, que en los oyentes regula entre otros aspectos el ritmo de intervención de cada interlocutor, produciéndose dificultades en las relaciones si no se saben generar vías alternativas como el uso de indicadores gestuales, sean manuales o faciales, que faciliten la captación de estos procesos.
 
Se constata también en padres oyentes de niños sordos el predominio de estilos educativos de carácter más imperativo que racional, lo que unido a la sobreprotección, dificultan la madurez del niño, su independencia, así como la creciente asunción de responsabilidades. En estos casos también resultan frecuentes la aparición de problemas de conducta, los bajos niveles de autoestima y un nivel de intentos de interacción cada vez menor.
 
En padres sordos se observa frente a las familias de oyentes un carácter más didáctico, más intencional por parte paterna en sus interacciones con sus hijos. Los padres de niños sordos asumen que su hijo no puede atender visualmente un objeto y escuchar las referencias verbales del mismo, no pueden adquirir espontáneamente el lenguaje oral y necesitan, por consiguiente, de otros recursos para la comunicación. Por todo ello, los padres oyentes han de tener en cuenta que no pueden establecer la misma relación que tendrían con el niño oyente, teniendo que ser más cuidadosos en sus interacciones, respetando los consejos de los especialistas en educación de niños sordos, de modo que las vivencias que un niño oyente aprovecharía para su aprendizaje sin la necesidad de la ayuda de un adulto, puedan convertirse de igual forma con algo de ayuda en aprovechables para el niño con discapacidad auditiva.
 
Como hemos visto, el elemento sobre el que giran las dificultades sociales reside en el papel de la comunicación. Será la privación del lenguaje la que determinará las posibilidades de interacción con el ambiente. Si la persona y su entorno posee habilidades comunicativas suficientes, la comprensión del medio y las posibilidades adentrarse y formar parte del mismo serán totales. Ahora bien, si la persona con déficit auditivo no puede establecer el intercambio de información mínimo que permita comprender e interpretar aquello que le rodea, sus interacciones empezarán a sufrir disfunciones que serán más graves cuanto menores sean las posibilidades de comunicación. Como ejemplo que ilustra esta afirmación se encuentra el hecho de que los niños sordos integrados en escuelas ordinarias cuando son competentes en un código compartido por sus compañeros, sea oral o signado, establecen una relación cuya calidad y cantidad es completamente equiparable a la que se produce entre niños oyentes.fuente:educarenlared.Hipoacusia, incidencia en el desarrollo.

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